lunes, 3 de mayo de 2010

Pedro Enrique de Ibarreta, el aventurero total (una vida de película)



EXPLORADORES ESPAÑOLES OLVIDADOS

El Pilcomayo, “Río de los Pájaros”, nace en los Andes y transcurre por Bolivia y los límites fronterizos de Argentina y Paraguay. Es un cauce fluvial tortuoso como pocos. Tan pronto se detiene, estanca y desvía por innumerables caños como se convierte en un torrente no apto ni para peces. Su agua es salobre y el fondo y las orillas fangosas. En algunos tramos se convierte en un lodazal. La selva enmarañada lo escolta y algunos asentamientos indígenas tobas, orejones y pilagás, no siempre amigables, lo salpican. Desde la llegada de los españoles a América muchos han sido los que han intentado infructuosamente adentrarse en sus tripas y muchos también los que allí se han dejado la vida. Uno de ellos el bilbaíno Pedro Enrique de Ibarreta Uhagón (1859-1898), explorador a la vieja usanza, fuera de su tiempo, desmedido, temerario y valiente. No era exactamente un aventurero, sino el sentido mismo de la aventura. Como no parecía saber lo que era imposible, lo hacía. Fuerte y ágil, tenía un punto de gamberro inconformista que producía serios quebraderos de cabeza a su noble familia. Tomó el camino del exilio a Francia e Inglaterra con el estallido de la Tercera Guerra Carlista (1872-1876). A su regreso a España ingresó en la Academia Militar de Ingenieros de Guadalajara. En un intento por erigirse como líder, un compañero arrogante le retó a un duelo a pistola. Le tocaba a Ibarreta disparar primero, pero cedió el turno. El tembleque se apoderó del adversario, que tan sólo consiguió alcanzarle en una mano. Ni se inmutó. Tampoco respondió al ataque y dio por bueno el resultado del lance. El que no vio tan bien aquello fue su padre, que le sacó de allí, harto ya de tanta incompostura. Ese fue el principio de una vida de película que comenzó con su llegada a Argentina, donde sacó el título de geógrafo. Fue contratado en calidad de agrimensor por el mecenas Carlos Casado del Alisal, que había comprado una importante extensión de terreno del gran Chaco, región inhóspita y muy peligrosa que duplica en superficie a la de España. Apoyado por un puñado de hombres se adentró en aquellas tierras tan pronto abrasadas por el Sol como inundadas porla lluvia. Hambre, sed, calor y frío fueron los compañeros de viaje. También algún que otro jaguar, felino de más de cien kilos que puede matar a una persona como quien silba. Pero no a Ibarreta, que sufrió el ataque de uno y salió casi ileso.

Muerto por primera vez

Ante la ausencia de noticias y en vista del tiempo transcurrido desde su partida las autoridades decidieron darles por muertos. Se celebraron funerales y la familia de Ibarreta fue informada de su fallecimiento. Pero al cabo de ocho meses aparecieron, poco sanos pero salvos. No contento se alistó en otra nueva aventura, esta vez en Paraguay en busca del llamado Quebradero colorado, un árbol de madera muy dura utilizada para la construcción de traviesas de ferrocarril. Ibarreta enfermó de gravedad y regresó a España. Pero en 1895 estalló la Guerra de Cuba y decidió que su sitio como patriota estaba allí. No se alistó en el Ejército sino que se hizo guerrillero sufragándose él mismo los gastos. Tenía por entonces 26 años. Otra vez a España y de nuevo a Argentina, desde donde pasó a Bolivia en busca de oro. Pero su intención real era emprender un viaje exploratorio por el Pilcomayo, que intuyó podría ser navegable hasta su desembocadura en el Paraguay. Consiguió permisos, pero no dinero. Lo tuvo que poner de su bolsillo. El 23 de junio de 1898 el grupo expedicionario, compuesto por trece personas, partía de la Colonia Crevaux, llamada así en honor del explorador Jules Crevaux, muerto en 1882 a manos de tobas cuando intentaba descender por aquellas aguas endemoniadas. Tras agotadoras jornadas de lento avance llegó la verdadera penuria, cuando arribaron a los Esteros de Patiño, una planicie cubierta por fango pegajoso y alta hierba. Ante la imposibilidad de proseguir Ibarreta decidió quedarse en una toldería toba con Telesforo Burgos –casi inmóvil por reumatismo- y el jovencísimo Manuel Díaz, de 14 años, incapaz de hacer más esfuerzos. Los demás irían a Formosa a buscar ayuda. Sólo llegaron dos, con el diario de la aventura. Una tarde, dos de los hijos del cacique Cubataga, Danasagi y Juanito, engañaron a Ibarreta haciéndole creer que le venderían una oveja. Mientras uno parlamentaba el otro se acercó por detrás, le golpeó en la cabeza y le hundió el cráneo. Luego fue degollado y decapitado. Sus dos compañeros corrieron la misma suerte. Según contó un comerciante amigo de los tobas, estos le dijeron que también se los comieron.

Luis Conde-Salazar Infiesta

Artículo publicado en ABC el 11 de Agosto de 2009



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