lunes, 3 de mayo de 2010

Rafael Castro Ordóñez, disparos que dejan huella


Exploradores Españoles Olvidados

En la primavera de 1862 el meritorio pintor madrileño Rafael Castro Ordóñez, nacido en 1830 y formado en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, recibió un encargo muy especial que marcaría el resto de su corta existencia: fue nombrado dibujante-fotógrafo de la Comisión Científica del Pacífico (1862-1865). Aquella era una gran expedición que tenía como misión el estudio profundo de la zoología, botánica, etnografía y geografía americanas en pleno auge del panhispanismo de la Unión Liberal, que además de reverdecer laureles llevaba consigo el estratégico plan de implementar la presencia española en los antiguos territorios constituidos ya como nuevas repúblicas independientes. No se sabe con certeza si Castro tenía conocimientos fotográficos pero sí que a partir de su nombramiento estuvo bajo la tutela y enseñanzas del pionero británico Charles Clifford (1819-1863), residente por entonces en Madrid, quien le instruyó de manera intensiva en las técnicas y métodos de esta novedosa forma de “pintar con luz”, lo más de lo más en los ambientes sofisticados capitalinos. El artista sustituía así al convaleciente Rafael Fernández Moratín -sobrino del poeta y dramaturgo Leandro Fernández Moratín-, aquejado de una grave enfermedad y de muchas dudas sobre el éxito de aquella misión, encargada por el Ministerio de Fomento y presidida por el marino retirado y coleccionista de conchas Patricio M. Paz Membiela. También formaron parte del grupo Marcos Jiménez de la Espada, Fernando Amor, Francisco de Paula, Manuel Almagro, Juan Isern y Bartolomé Puig. En agosto partieron de Cádiz los expedicionarios a bordo de dos fragatas con nombres tan significativos como “Resolución” y “Triunfo”. Una vez en América se les uniría la goleta Covadonga. Era la primera vez que una gran expedición científica española llevaba consigo una cámara fotográfica, que nada tenía que ver con los equipos ligeros diseñados posteriormente. Aquello, más que un “arma” que disparaba para capturar instantes era un armatoste muy pesado, incómodo y sumamente delicado que requería de constantes mimos y fornidas espaldas para su traslado de un sitio a otro. Más cuando los terrenos que se iban a pisar eran montañas escarpadas, selvas, pantanales, desiertos y ríos de los de echarse a temblar, con cambios de temperatura que oscilaban entre los muchos grados bajo cero a los muchos sobre cero, en ambientes que podían ser tanto secos en extremo como insoportablemente húmedos. Pero además de tomar fotografías y bocetos Castro debía escribir la crónica del viaje, o por lo menos la del suyo –la expedición se fragmentó en varias ocasiones- para que fuera publicada en el periódico El Museo Universal y los lectores españoles pudieran seguir las andanzas de aquella magna expedición a través de artículos de marcado carácter romántico, fieles al espíritu de su época. Castro, un hombre enérgico, independiente y de fuerte carácter mostró pronto sus discrepancias con la política de la Comisión, más proclive a la inmensidad que a la intensidad, y que no permitía largas estadías en ningún punto, lo que mermaba la eficacia de los trabajos de campo y extenuaba a los integrantes del grupo, incluido Castro, que veía con amargura cómo el tiempo se le echaba encima sin poder profundizar en el conocimiento de los sitios que visitaba. Aún así dejó constancia de su labor en más de 300 placas fotográficas y un gran número de bocetos realizados a lo largo de su fatigoso periplo, que le llevó de Brasil a las Malvinas, de allí a Santiago de Chile y, por la costa pacífica hasta California, tocando en numerosos puntos y con algunas incursiones al interior (los Andes, el desierto de Atacama, el lago Titicaca o las minas de Potosí, entre otros). Tras su regreso a España, a principios de 1865, el fotógrafo vio como las autoridades le daban la espalda, negándole el derecho a un sueldo como comisionado, puesto que su trabajo había finalizado ya. El 2 de diciembre de aquel mismo año agarró un arma y se disparó un tiro en el corazón. Tenía 35 años.

Luis Conde-Salazar Infiesta

Artículo publicado en ABC el 8 de Agosto de 2009

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