A principios del siglo XIX el espía, viajero, político y escritor barcelonés Domingo Badía Leblich (1767-1818), más conocido como Alí Bey, comenzó un periplo por África que le llevó a Marruecos, Egipto, Arabia Saudí, Palestina, Siria y Turquía. Prácticamente la totalidad del camino la hizo disfrazado de árabe, falseando su identidad y escondiéndose tras una oportuna e ineludible careta. Pero así fue también como consiguió entrar en La Meca sin ser descubierto para convertirse en el primer europeo “moderno” que lograba tan arriesgada gesta. Si hubiera sido desenmascarado lo más seguro es que poco duraría su estancia en el reino de los vivos. Considerado como el fundador del orientalismo, Badía dejó una imborrable impronta en viajeros posteriores, que no dudaron en despojarse de sus prendas occidentales para vestirse con los atuendos propios del territorio que pisaban. Uno de esos aventureros fue el bilbaíno José María de Murga y Mugártegui (1827-1876), quien llegaría a definirse a sí mismo como el “moro vizcaíno”, un hombre que en su ansia por ser libre a la manera del Romanticismo que le tocó vivir, se deshizo de sus ataduras, tanto de las físicas como en parte de las morales, para introducirse en lo más profundo del Marruecos decimonónico, una tierra extraña, peligrosa, excitante y magnética. En 1863 cambió su castrense cabalgadura por la compañía de un burro, el uniforme de húsar por una chilaba de peregrino y un turbante, y el sable por un rústico cayado. Además se hizo llamar Mohamed el Bagdády. Durante cuatro años este antiguo militar de caballería que tomó parte como observador internacional en la Guerra de Crimea (1854-1856), que hablaba perfectamente el árabe -lo estudió en París- y que abandonó el Ejército tras veinte años de servicio activo por la frustración que le produjo no haber podido participar en la Guerra de África (1859-1860), se hizo pasar por renegado, practicó la mendicidad, se ganó la vida como taumaturgo (hacedor de milagros), sacamuelas y partero, fue vendedor ambulante e incluso en alguna ocasión simuló estar loco para no acabar preso. O tal vez muerto.
De Murga pertenecía a una importante familia linajuda, la de los Ayala, con amplia tradición política en
El caso es que en 1873 estaba de nuevo en Marruecos, dispuesto a comenzar un segundo viaje. Durante unos meses recorrió varias localidades, pero se vio obligado a regresar a España como consecuencia de unas malas fiebres contraídas. Tras una rehabilitación más que apresurada se decidió por emprender el que sería su tercer viaje. Llegó a Cádiz, pero su hígado dijo basta. Complicaciones hepáticas irremediables pusieron fin a la vida de este aventurero ilimitado, observador curioso y enamorado de lo exótico. Era 1876.
“La primera vez que, con tonada triste y monótona, oí esta mala copla (No vayas, si te juyes, onde los moros, qu´es tierra `e miseria y sa come a toos) de labios de un renegado, sospeché la amargura que debían encerrar tales palabras cuando salían de la boca de un hombre de su especie. Pero (...) estuve muy lejos de pensar llegase un día en el que aquella copla me sirviera para encabezar un mal pergeñado escrito en el que hubiera de ocuparme de la clase a que el cantor pertenecía”.
Luis Conde-Salazar Infiesta